domingo, 9 de noviembre de 2008

Concierto de domingo

Hoy he ido a un concierto. He llegado un poco tarde y bastante enfadado conmigo mismo por enfadarme conmigo mismo. Un enfado bastante absurdo pero preocupantemente inevitable. Iba preparado a encontrarme cualquier cosa y por eso no me sorprendio encontrar como entrada una puerta cerrada con un folio, A4 para ser más exactos, con letras de rotulador fósforito azul, indicando que efectivamente esa era la entrada, que no estaba confundido.

Tras la puerta, una barra improvisada a la derecha y una taquilla a la izquierda. Más tarde me enteré que nada era improvisado, pero puedo asegurar que si lo hubiesen intentado no les habría quedado con ese efecto. Tras el pago, otro pago para apagar la sed con botellín de cerveza.

La música ya sonaba con fuerza pero sin estridencia. Una banda de cinco jóvenes se agolpaba en lo alto de la tarima atestada de bártulos: guitarras, maracas, teclados y un sinfín de elementos que desconozco pero puedo imaginar sirven para distorsionar y purificar el sonido a voluntad del músico.

La música me gustaba pero costaba concentrarse. El sitio no tenía desperdicio. Recuerdo un armario metálico con puerta sin bisagras que se caía continuamente sobre la escasa audiencia, un niño de unos seis años con una pistola de juguete matando a los cantantes (hasta uno simuló la muerte con una controlada caída sobre la maraña de cables, dos gatos paseando a sus anchas con ese aire tan de pasota que tienen los gatos, unas sabanas que tapaban la tarima dejaban entrever colchones bajo el escenario...

El segundo turno fue para un trío entrado en años que me hicieron olvidar mis penas. Original es el calificativo que mejor les define. Pero no un original como eufemismo de infumable, no. Original es ver tres instrumentos como bajo, sintentizador, saxo e ipod, interpretando desde musica clasica a una bossanova. Eso sí, el ritmo de fondo de la bossanova, spectrum midi total, para los que entiendan a lo que me refiero. Un público fiel y entregado acompañaron otras dos necesarias cervezas.

Finalmente llegó el plato fuerte que no era otro que uno de los cinco del principio, pero esta vez como solista hombre orquesta. El chico llegaba a tocar la guitarra, la armónica y cantaba por dos micrófonos: uno con eco y otro sin eco. Entre canción y canción se trasladaba a los teclados y los tocaba también. Una auténtica máquina. ¡Y yo sin saber ni tocar el triángulo!

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