miércoles, 4 de febrero de 2009

El efecto de la proximidad (I)

Acudió a la estación empapada en rutina, perdida en sus banalidades. Empujada por la inercia entro en el vagón, repleto de sudor y calor.

Entonces sucedió lo que nunca sucede, lo que nadie se explica, lo que nadie entiende. Toneladas de acero sin control la llevaron al recuerdo.

Tras la tempestad vinieron los llantos y tras los llantos los gritos. Pero la curiosidad no paró de engordar desde que un día cualquiera un tren de pasajeros no pudo frenar ni ser frenado a su llegada a París. (documental)

Toda Francia donó dinero para llevarla a la mejor clínica. Todos tenían ansias de saber. Todos tenían teorías y pronto los resultados del domingo perdieron popularidad en la lista de grandes éxitos.

El escrupuloso tratamiento concluyó que todo comenzó por el cambio de horario de trenes en verano. Este fue el comienzo de la cadena de infortunios que llevaron a la muerte a decenas de personas. Una señora no se había dado cuenta de que habían cambiado los horarios y agobiada porque el tren no iba a parar en su parada, tiró del freno de emergencia. Quizás yo hubiera hecho lo mismo porque tenía que ir a recoger a los niños al colegio. Me pongo en su piel y pienso en mis pequeños indefensos. No quiero que sean mañana titular de periódicos. Para mi es una emergencia. Para ella,desafortunadamente, también lo fue.

Así que el tren paró y la chica se fue. Para mover el tren otra vez hay que "liberar el freno de mano" pero la maneta está atascada. Haciendo fuerza el maquinista reacciona sobre otra maneta que anula el circuito hidráulico de los frenos de los vagones.

Afortunadamente, algún ingeniero sin demasiada imaginación para escribir poesías, tuvo la suficiente para pensar en esta posibilidad y creo un sistema que bloqueaba mecánicamente todos los frenos si no había presión suficiente. Así que cuando el maquinista quiso mover la máquina, la máquina no se movió.

Desafortunadamente, algún ingeniero sin demasiada imaginación para escribir poesías, no tuvo la suficiente imaginación para pensar que a veces los frenos se bloqueaban por exceso de presión. El experimentado maquinista pensó que este era el problema y fue freno por freno, liberándolos manualmente.

De vuelta a la máquina, la máquina se movió. Pero los pasajeros ya protestaban por el retraso (muchos se habían ido afortunadamente) y el jefe de operaciones desafortunadamente ordenó al maquinista que no parase en la siguiente estación.

Se perdió así una bonita cuesta arriba para que la naturaleza frenase lo que no podía frenar el hombre y el tren lanzado cuesta abajo ya no podía parar.

En su pánico el maquinista activo la emergencia y avisó al jefe de estación del accidente inminente. Preocupado por las vidas de los pasajeros salió de la cabina para llevarse al pasaje al último vagón. Afortunadamente todos se salvaron.

Desafortunadamente, el imprudente maquinista olvidó decir qué tren iba sin control y no era uno solo el que llegaba en ese momento a la estación. Desafortunadamente, activando la emergencia, todos los trenes se pararon y según el procedimiento todos debían de llamar al jefe de estación. Esto saturó las comunicaciones e impidió identificar el tren para desviarlo a una vía muerta.

Los sistemas automáticos también son inhibidos ante una emergencia, así que el tren sin control se estrelló contra el tren donde una chica aburrida de esperar, esperó la muerte.

Para desesperación del médico de bata verde esperanza, la obesa paciente no acudió más y no le pudo dar los resultados de los análisis. Ignoraba el buen hombre, que, tras un par de semanas, por arte de magia, la curiosidad recuperó su peso normal y los lunes ya se volvía a hablar de fútbol.

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